miércoles, 24 de noviembre de 2010

Continuación del relato "Mi hermano"

"Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos.
Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y lo que a la postre determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá.
Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine... aunque ello me costara el final de la película..."

Hasta que un día decidí hablar con él. Le conté aquello que nunca me había atrevido a decir a nadie, por miedo a que se rieran de mi, a que no me creyeran, yo qué sé. Y, sin embargo, las palabras salían de mí como un río desbordado. Para mi sorpresa, nunca hubiera podido esperar su reacción. Me díjo que él intentó dejarme salir primero, pero no pudo, ya que, sin querer, los empujones de mamá le obligaron a salir. También me contó que no quería ser el favorito, que prefería que ambos lo fuésemos por igual. Entonces, decidimos ir los dos a hablar con mamá para comentarle lo que sentíamos.

Mamá nos estaba haciendo una gran tarta de cumpleaños cuando entramos en la cocina. Mi hermano y yo nos sentamos en la mesa, y, tras colocar el pastel en la encimera para dejarlo reposar, ella se sentó junto a nosotros. Charlamos largo y tendido sobre lo que había sucedido en aquel frío día de invierno en que nacimos. A mamá se la hizo un poco raro, mas se lo tomó bien. Me explicó que nunca había querido hacerme sentir mal, ni mi hermano había sido su favorito. Todo habían sido imaginaciones mías. El asunto quedó totalmente zanjado.

Unos minutos más tarde, llegó papá. Habíamos decidido estar juntos los cuatro antes del encuentro, para recordar viejos tiempos. Nosotros tres le estábamos esperando, aseados y vestidos elegantemente, preparados para recibir a toda la familia, que venía de lejos sólo para celebrar con nosotros esa fecha tan importante, que no era menos que nuestro cumpleaños número 80. Nuestros padres murieron siendo jóvenes, por lo que nuestros hermanos mayores, a los que cariñosamente llamábamos "mamá" y "papá", se habían ocupado de sacarnos a todos adelante, a base de mucho esfuerzo. Ellos eran sólo unos años mayores que nosotros, pero siempre habían sido más maduros que mi hermano Pablo y yo, que normalmente andábamos en la calle jugando con nuestros amigos. Aquel día, agradecimos mucho a nuestros hermanos que estuvieran allí con nosotros, así como a nuestros hijos, nietos y bisnietos. También pudieron asistir algunos amigos de la infancia.

La fiesta fue por todo lo alto. Hubo comida y bebida de sobra para todos. De lo que no sobró tanto fue del delicioso pastel de nuestra hermana, que lo había preparado con tanto esmero que no hubo boca que se le resistiera, ni dientes postizos que no desearan probarla. Así, felices de poder estar con todos nuestros seres queridos, y de haber arreglado "el asunto" con mi hermano y mamá, pude descansar esa noche con una sonrisa más grande que la del peluche al que duermo abrazado desde que tengo memoria.


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